“Pero qué cosa…”, era una expresión muy propia de Fabriciano. Lo decía, por ejemplo, mirando desde la ruta el borde verde bermejo del monte.
Significaba sorpresa, o tozudez, o admiración o estado reflexivo; una muletilla que no era tal porque en el fondo, sintetizaba la curiosidad del artista y del niño y del filósofo, que convivían en él.
“Pero qué cosa”, se me viene a la mente cuando observo las piezas que están frente a mí en la muestra de la exposición del Norte Grande. Son tres obras de Fabriciano Gómez: tres períodos de su genio y tres materiales diferentes: madera, metal y mármol. Inevitable detenerse en la escultura datada 1969, de sus primeras épocas y perteneciente a una colección privada. Una rara avis.
El curador y presentador de esta importante muestra, Gustavo Insaurralde, quien además conoció a Fabri desde mucho tiempo atrás, puede anclar la fascinación que produce esa escultura con forma de huevo.
“Acá, en este ‘Fabriciano joven’, en esta obra “Corazón de luna” de la colección de Marcelo Gustin, ya está el potencial de su personalidad artística. Las conexiones y tensiones de la materia, ese equilibrio de redundante armonía, ese oficio virtuoso que pareciera que amaneció con él y que deja todo pulido y brillante…Y el dato poético, se diría, es que fue realizada en 1969 y compone la serie de esculturas inspiradas en el alunizaje. Otra especie particular, es que la obra gira”
Un Fabriciano que firma en 1969; una de las tres obras que le hacen tributo en la muestra Escultores del Norte Grande que se exhibe en el Museum, y nos dimensiona la magnitud de la pérdida y la sublimación del arte: Aunque Fabri no esté con nosotros, permanece…