Tras el fin de semana, pareciera que con el cambio de clima volviera el reposo. Sólo el domingo, según datos confiables, pasaron 170 mil personas por el predio de la Bienal. Nunca se había visto algo así –tal vez una dimensión semejante sólo en el último día de concurso, ese sábado donde las obras están terminadas y donde se huele el final-.
Más descansado el andar, menos estrés al caminar pero por debajo, el concurso escultórico que comienza a bullir, a tomar un ritmo si no frenético, arrojado. Los escultores asumieron trabajar con concentración, con constancia, con arrojo y ya algunas formas comienzan a aparecer del bloque de mármol. Asimismo, el metal que esta diseccionado en innumerables partes comienza a encastrarse, soldarse, formar figuras nuevas que yerguen la pieza artística.
La atmósfera está impregnada del polvo de mármol. Funcionarios, artistas, invitados especiales que pasan a interiorizarse y a desandar con mucha más tranquilidad. Tal el caso del cónsul general de Francia en Argentina, la pintora Magdalena Tellez.
Pero recuérdese, son días de vacaciones y todos los días es fin de semana.
En la tarde del martes se realizó el concurso de lampiñeros, oficio que tuvo raigambre en el Chaco maderero, que no es otra cosa que la habilidad de lampiñar, es decir, descascarar la corteza del tronco. Y este miércoles, arranca el Premio Desafío, concurso de grupos de estudiantes avanzados de carreras de Bellas Artes de todo el país que asumen el desafío de trabajar durante 48 horas continuadas sobre un tronco de madera dura. Gran experiencia para estos jóvenes, haciendo sus primeras lides.
Lugares que la gente no se resigna a renunciar, las ferias de artesanía y diseño con su muestrario de productos, objetos, obras de talentosos hacedores. Esas carpas, esas interminables cuadras de gacevos y estands, espectáculos callejeros y escenarios con espectáculos infantiles, invitan a que todos los días sea una bienal por descubrir.