Seminarios, congresos, charlas académicas y cuestiones legales que hacen al arte público, son grandes espacios que logró abrir la bienal a lo largo del tiempo, con el objetivo de poder reflexionar acerca del fenómeno generado a partir de la competencia que se repite cada dos años en Resistencia. Pero nunca han dejado de lado, lo que, en resumen de varios intelectuales, es la parte clave de las obras: el público.
Pareciera ser que al arte siempre se le ha exigido lo mismo que a las personas: que se explique, que dé explicaciones de su existencia, como una condición inherente de su esencia. Como si fuese que la debemos comprender, como si comprendiéramos a los hombres.
No obstante, en Resistencia podríamos considerar algo más: no hace falta cuestionarlo, interrogarlo para su justificación, comprendiendo así, su esencia, sino más bien dialogar, preguntar y expandirlo.
Es que, como una simbiosis inalterable y necesaria, como condición de su existencia, se encuentra, del otro lado de la obra, el espectador. Citas de intelectuales, estudiosos del arte, historiadores y artistas confluyen, al fin, o bien son llevados a resumir la siguiente idea: el arte no podría existir sin la mirada del público.
De allí la necesidad de generar un fuerte debate sobre el arte público y la bienal, donde es la gente la que “se apropia” de la obra, en el sentido en que la ve nacer, moldearse, y finalmente ser, para luego acunarla bajo el brazo de la protección.
Al día de hoy es imposible pensar una obra con un solo significado, de manera lineal, como un mensaje que parte de un lado y termina en otro: no es ese tampoco un propósito para encarar una obra de arte.
El artista también se transforma con la sociedad, no es ajeno a ella y en su obra puede verse algo de esta relación, que muchas veces es conflictiva. Pero dejando de lado el inicio o el nacimiento de la obra, del otro lado no está su culminación, tampoco quien lo remata, pero sí quien lo mantiene con vida.
Aunque la frase no le pertenece, la hemos leído en tantos de sus libros que ya es parte de él. Borges siempre insistiendo en el idealismo: “Ser es ser percibido” y yo le agregaría, “me lo susurró una escultura”.