Jueves , 21 de noviembre de 2024
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La gran quemazón

El título hace referencia a un pozo de 1,20 metros de diámetro por 40 centímetros de profundidad. Un brocal de madera rodea el perímetro del pozo para elevarlo. Las gruesas astillas de madera se están quemando.
Se está ante la presencia de un horno indígena y el denso humo sale del cráter a bocanadas. La actividad tiene por marco un anillo humano. Es parte de lo imprevisto, de lo curioso, de los eventos que suceden aquí y allá en el predio de la Bienal.
Desperdigadas en el fuego las piezas de arcilla pacientemente realizadas por laboriosas manos. Alguien, con una estaca va animando los tizones. “El secreto es una llama débil, un grado medio de temperatura”, comenta Francisco Ferrer, referente del equipo de originarios.
Las piezas de Jessica Chara, Sara Ortega y Enrique José, entraron a la última instancia del proceso. Floreros zoomórficos, fuentes, jarras marrones que virarán al color negro. De seis a ocho horas de cocción hasta que la mirada conocedora advierte que ya están las arcillas cocinadas. Se retirará el fuego, se dejará tranquilamente enfriar sin tocarlas.
Comenta Ferrer: “Las quemazones de arcilla tienen un sentido ritualístico, es una actividad festiva, de encuentro; allí se cuecen piezas de ceremonial y utilitarias; hay una carga cultural muy fuerte. Se charla, se traen recuerdos, se cuentan historias de nuestros pueblos”.
Estas finas artesanías no saldrán a la venta sino que quedarán como patrimonio de la Bienal 2016.

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